La vocación apostólica, intelectual y espiritual hacia el mundo universitario que, siguiendo su tradición secular, siente la Orden de Predicadores (Dominicos) fue lo que hizo surgir el proyecto de fundación de un Colegio Mayor en la Ciudad Universitaria de Madrid. Este proyecto fue aprobado oficialmente el mes de mayo de 1945.
Tras diversas vicisitudes, el Colegio Mayor Aquinas inició sus actividades en el curso 1951-1952 con un grupo reducido de colegiales y con una instalación provisional en el Convento de Ntra. Sra. de Atocha, en espera de su traslado definitivo a la Ciudad Universitaria de Madrid. El 25 de junio de 1952, la Junta de Gobierno de la Ciudad Universitaria concedía a los Dominicos los terrenos para la edificación del Colegio Mayor. En marzo de 1953 comenzaron los trabajos de explanación, cimentación y edificación del proyecto de obra realizado por los arquitectos José María García de Paredes y Rafael de la Hoz Arderius, amigos y compañeros que habían convivido en la citada sede primitiva del Aquinas.
Premio Nacional de Arquitectura 1956
La concesión del Premio Nacional de Arquitectura de 1956 a los dos jóvenes arquitectos por las instalaciones ya construidas del Colegio Mayor Aquinas es lo suficientemente significativa como para destacar, brevemente, la importancia que la ambientación arquitectónica ha jugado en la creación de un clima universitario de convivencia y estudio. La arquitectura del Aquinas fue fruto de una estrecha colaboración entre los arquitectos y los dominicos, fray José Manuel de Aguilar Otermín y fray Manuel Úbeda Purkiss, encargados de configurar la vida del Colegio Mayor.
La arquitectura del Aquinas fue fruto de una estrecha colaboración entre los arquitectos y los dominicos
La finalidad esencial del proyecto era lograr que el edificio respondiera a dos ideas fundamentales. La primera, pretendía la creación de espacios diáfanos, capaces de ambientar el espíritu de convivencia y apertura que debe caracterizar la vida del Colegio Mayor. A la realización de este primer propósito se destinaron las dos primeras plantas del edificio.
En la planta de acceso, el pretexto de un recibidor a la entrada introduce, sin solución de continuidad, en el lugar de convivencia general, distribuido en espacios aptos para acoger pequeños grupos. En uno de sus ángulos se sitúa una cafetería. Todos estos lugares están totalmente abiertos al horizonte de la Dehesa de la Villa a través de un cerramiento de cristal.
La segunda idea fundamental consistía en conseguir de la arquitectura una colaboración eficaz para la creación de un espíritu de concentración y estudio conforme con las características propias del ser universitario. El diseño del pabellón de Torre responde a este objetivo con gran genialidad, tal y como explicamos a continuación.
Las usuales galerías o pasillos de acceso, lugar de paso y conversaciones ruidosas, no resultan el medio más apto para conseguir un ambiente de silencio e independencia en las habitaciones. Esto, unido a la conveniencia de una equitativa orientación en lo que a luz y sol se refiere, dio origen a la peculiar estructura que caracteriza al pabellón.
Un plano situado en el eje heliotérmico se pliega sobre sí mismo, orientando así los planos parciales resultantes hacia el punto de máxima incidencia de la luz. La única escalera central se abre directamente a un paso exterior, traducción actual del clásico corredor de las antiguas casas de vecindad madrileñas, que da acceso a las habitaciones.
La disposición de la fachada se ordena formando ángulos rectos, en uno de cuyos planos se encuentra la puerta de acceso a la habitación y un gran ventanal por el que la luz invade el lugar de estudio. El otro plano corresponde a un muro de cerramiento que aísla la habitación, dándole su habitual independencia.
Esta estructuración arquitectónica y el ambiente de sobria y cómoda sencillez del interior acogen y favorecen el estudio, que junto con la convivencia constituyen el nervio de la vida colegial.